La vida virtuosa no es privilegio de unos pocos. Ser virtuoso es saber desplegar las propias fuerzas de nuestra persona. Esta tarea implica el querer hacerlo -por la voluntad-, habiendo visto que es bueno ser íntegro -por la inteligencia-, y la responsabilidad de hacernos cargo de nuestras decisiones -por la libertad-
Hábitos y virtudes: definición El hombre es un ser perfectible. Desde la intimidad de su esencia está llamado a cumplir con la satisfacción de sus deseos más naturales: conocer lo verdadero y amar lo bueno, en plenitud y con certeza. Pero debe aceptar que la verdad no se puede abarcar inmediata, sencilla y totalizadoramente, y que querer lo integralmente bueno muchas veces requiere de una decisión firme y resuelta.
Por estas razones -la perfectibilidad y las limitaciones- el ser humano irá adquiriendo «hábitos» que lo conducirán, o no, más fácilmente a una vida feliz. Estos hábitos se forjan en los actos humanos y son disposiciones estables a obrar en un mismo sentido perfeccionando o no, según sea su naturaleza. Estos actos, al reiterarse, se arraigan en la conducta humana generando una «segunda naturaleza», se hacen connaturales y serán para el bien o mal de la persona, según sean buenos o malos. Los hábitos operativos malos dan por resultado los vicios. Los hábitos operativos buenos, las virtudes. Los vicios disponen al hombre al mal; por el contrario, las virtudes hacen que la conducta sea acorde a la naturaleza del fin último humano (que sea buena para alcanzar el bien).
Naturaleza de las virtudes En la medida en que las capacidades operativas del hombre se van perfeccionando por las virtudes, los actos buenos se realizan con mayor facilidad y agilidad. Se puede decir que la adquisición de las virtudes requiere de «entrenamiento» cotidiano. Las virtudes son el camino más seguro para llegar a la felicidad. Cada virtud se aplicará especialmente a una determinada dirección del obrar humano. Y así nos encontramos con cuatro virtudes cardinales o fundamentales:
– Prudencia: permite aplicar el conocimiento del bien a cada caso concreto. Se debe «ver» para luego obrar. Potencia principal: inteligencia.
– Justicia: es dar a cada uno lo suyo, en el plano humano y también en el sobrenatural (la religión es una forma de justicia con Dios, si bien imperfecta, por la oración, la adoración y el sacrificio). Potencia principal: la voluntad (vi lo que es justo darle al otro y quiero dárselo).
– Fortaleza: es la virtud que modera al apetito irascible. Ataca el mal y resiste las dificultades frente al bien por conquistar.
– Templanza: es la virtud que modera al apetito concupiscible frente a los placeres corporales (abstinencia, sobriedad, castidad). Para llevar una vida virtuosa no basta con conocer que es lo bueno y querer realizarlo, sino que debemos aplicar la teoría a la práctica. Será posible si conocemos primero y actuamos después, reiterada y continuamente. De esta manera, habremos comenzado a transitar el camino de la prudencia. Por eso a ella se la llama «madre de las virtudes», sin ella no se dan las otras. Siendo prudente se ve qué es lo que el otro necesita y se puede ser justo, dándole lo que es suyo por merecimiento natural: respeto, alimento, educación, dignidad, vida. Los principales actos de injusticia en la actualidad se viven en el olvido del derecho a la vida: aborto, eutanasia, guerra, hambre, pobreza. La prudencia iluminando a la fortaleza da por resultado la paciencia que preserva al hombre del peligro de la tristeza y lo mantiene dueño de sí. La fortaleza, entendida en la justicia, por lo merecido, y en la prudencia, por la visión veraz de la realidad, nos impulsa a la esperanza de alcanzar el bien deseado, aunque no sea en el ámbito del más acá de la muerte. La vida dejará de ser absurda e inútil.
La templanza no solo nos ayuda a equilibrar nuestros deseos orgánicos sino que también nos estimula a ordenar nuestro camino a la felicidad más plena.
Fuente: Instituto para el matrimonio y la Familia. UCA Prof. Alejandra Planker de Aguerre.
Hna Vanesa Morales